El extremismo nacionalista catalán es uno de los peores cánceres de España. Inclinado hacia lo totalitario, quiere prohibir todo lo que le molesta y liquidar todo lo que huela a España. Ahora quieren prohibir la fiesta de los toros porque es cruel y sangrienta, pero, por el mismo razonamiento, deberían también prohibir a los políticos ineptos, que causan más dolor y angustia que la "fiesta nacional" ¿Por qué no prohiben también el paro, el hambre, la inseguridad ciudadana, la trata de blancas y el tráfico de drogas? ¿Acaso no causan más dolor y sangre al ser humano que la fiesta taurina?
El Parlamento de Cataluña debate la abolición de la fiesta de los toros en Cataluña. Los partidarios de la prohibición arremeten contra los toros, en teoría porque es una fiesta cruel y sangrienta, pero el gran argumento oculto es que la tauromaquia huele a español y eso, según el criterio nacionalista, debe ser erradicado. El espectáculo es ridículo y vergonzoso: todo un parlamento que debate sobre la fiesta de los toros y no se atreve a debatir y condenar lacras más sangrientas y humillantes para el ser humano, como el hambre, la violencia, la inseguridad, la trata de blancas o el desempleo y la pobreza, que están arrasando el paisaje catalán. Debatir sobre los toros en plena crisis, cuando la sociedad española, mal gobernada por una casta de inútiles, camina hacia el precipicio, es una barbaridad que refleja desquiciamiento y torpeza histórica. En ese Parlamento, que debería operar como el templo de la verdad y de la palabra, se escuchan sandeces como comparar los toros con el maltrato infantil, la violencia contra las mujeres y la ablación del clítoris. Todo menos reconocer que lo que mueve el debate es el odio a lo español y algo todavía más grave y horrendo: el impulso totalitario de prohibir lo que "no nos gusta". Es la exaltación del pensamiento único, rasgo supremo del totalitarismo. Algunos nacionalistas extremos, si pudieran, no sólo suprimirían los toros, sino que también borrarían a España del mapamundi. A muchos españoles no nos gustan los toros y lo consideramos un espectáculo desagradable. Pero. como hemos aprendido a ser demócratas, una doctrina y una praxis que se basa en el respeto supremo a las "minorías", solucionamos el problema no acudiendo a los cosos. Nadie obliga a nadie a acudir a las plazas de toros. Prohibir la fiesta es la vulgar solución de los tiranos, de aquellos que, sin respeto por lo ajeno, suprimen lo que no les gusta. El comportamiento del parlamento catalán confirma el principio histórico de que los totalitarios tienden a prohibir, mientras que los demócratas intentan siempre educar en la libertad.
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